Dinámica vincular


Dinámica Vincular: territorios creados en el juego
Dra Denise Najmanovich

Pero el hecho de ser dos, todo lo cambia. Y no es que la tarea se vuelva dos veces más fácil, no: de imposible se vuelve posible
René Daumal, El monte análogo


Los vínculos existen sólo cuando pueden no existir.

Esta presentación puede parecer paradójica, y justamente por eso la considero un buen punto de partida, en la medida que he elegido seguir los sabios consejos de Bachelard e ir por donde la razón gusta de estar en peligro. Las relaciones que tenemos como necesarias, esenciales, obligatorias e irrevocables no pertenecen a lo vincular, sino que se inscriben dentro de lo identitario . Al hacer esta aclaración, ya estoy adelantando el punto de vista desde el cual quisiera que nos ubiquemos para poder pensar los vínculos con una óptica distinta a la que se ha privilegiado en Occidente desde la antigüedad. Entidades y relaciones fueron pensadas como totalmente definidas, determinadas, absolutas y eternas desde los lejanos tiempos de Platón hasta los más cercanos del Positivismo Lógico o del Estructuralismo. Sin embargo, en las últimas décadas otros paradigmas, otras perspectivas conceptuales han comenzado a crear la posibilidad de pensar de una manera diferente.

El modo clásico de abordar la cuestión nos constriñe a un mundo abstracto, a relaciones fijas, a entidades cerradas, completamente determinadas y definidas, y a leyes eternas e inmutables. Múltiples perspectivas contemporáneas han aceptado el desafío de pensar de otra forma, de abordar la complejidad, de dar cuenta de la diversidad y el cambio. En las últimas décadas ha surgido con fuerza un modo de pensar que nos permite salir del mundo platónico, del “Topos Uranos” poblado de arquetipos eternos e ideas puras: el enfoque de la complejidad . Se trata de encarar un pensamiento capaz de dar cuenta de la dinámica, es decir, de una mirada que incluya al tiempo como variable interna, como expresión del cambio y la transformación. En esta concepción los vínculos no son conexiones entre entidades (objetos o sujetos) preexistentes, ni estructuras fijas e independientes, sino que los vínculos emergen
simultáneamente con aquello que enlazan en una dinámica de autoorganización. Se trata entonces de pasar de un único mundo compuesto por elementos y relaciones fijadas por las leyes de la lógica clásica a “multimundos” donde “unidades heterogéneas” y vínculos no tienen un sentido unívoco, no están completamente determinados, no existen independientemente sino que emergen y co-evolucionan en una dinámica creativa: el juego de la vida.

Antes de proseguir nuestro itinerario es imprescindible hacer una advertencia: la manera en que usamos el lenguaje habitualmente trae embebida la perspectiva conceptual identitaria y tanto las corrientes del positivismo lógico como las estructuralistas han contribuido a consolidar esta posición. Por lo tanto, tendremos que extremar las precauciones en nuestra presentación, dado que no tenemos otro instrumento que el propio lenguaje para hacerla. Se trata entonces de generar un territorio capaz de rebasar sus propios límites para dar cuenta de otras posibilidades conceptuales. Seguiré para ello los sabios consejos de Jorge Luis Borges cuando nos dijo que “la literatura es un juego de convenciones tácitas. Violarlas parcial o totalmente es una de las numerosas alegrías (una de las numerosas obligaciones), cuyos límites se desconocen ”. La tarea es tan ardua como deliciosa, y en este camino nos encontraremos muchas veces con encantadoras criaturas que ya forman parte del paisaje vital contemporáneo, a pesar de ser totalmente indigestas para la lógica identitaria. Términos paradójicos como “Realidad Virtual”, “Estructuras Disipativas”, “Unidades
Heterogéneas” “Sujeto Encarnado”, “Cuerpo Colectivo”, “Caos Determinista”, y
“Sistemas Autoorganizados” van impregnando el imaginario social de otras posibilidades y nos desafían a abrir el campo del pensamiento hacia nuevas dimensiones.

La perspectiva desde la que propongo pensar los vínculos será entonces aquella que nos lleve a desachatar el mundo monológico signado por la pretensión identitaria. No se trata de un pensamiento “alternativo” o de una “visión complementaria” a la de la lógica clásica, sino más bien de insuflar sentido, de ir más allá, de abrir una compuerta evolutiva que nos permita pensar multidimensionalmente.

La lógica clásica nos provee de un sistema para garantizar la transmisión de la verdad a través del razonamiento deductivo. Sin embargo, pero sus presupuestos distan mucho de ser tan “evidentes” como sus creadores y divulgadores han sostenido y perseveran en afirmar, a pesar de las múltiples fisuras que el sistema ha mostrado, especialmente en lo que respecta a la concepción del lenguaje sobre la que se ha construido. El universo de las “leyes lógicas” nos presenta un mundo plano en el que se privilegia la pregunta por la verdad dando por supuesta la univocidad y plenitud del significado, es decir, suponiendo que es posible cuadricular la experiencia humana del mundo en compartimentos estancos completamente definidos e independientes unos de otros. Los desarrollos contemporáneos nos llevan hacia otros paisajes mucho más ricos y complejos en los que la pregunta por el sentido precede a la pregunta por la verdad y en los que la polisemia ha adquirido carta de ciudadanía en una filosofía del lenguaje que se aleja velozmente de la pretensión de “claridad y distinción” y de la búsqueda de estructuras y leyes eternas y abstractas, para reconocer que el juego lingüístico pertenece al ámbito más amplio de las interacciones humanas en la corriente de la vida. Particularmente importantes son las líneas de investigación que se abrieron a partir de los trabajos de Wittgenstein sobre los “Juegos del lenguaje”: los trabajos de Rosh en teoría de la categorización y los de Lakoff y Johnson en lingüística y filosofía del lenguaje.

El mundo humano está embebido en el lenguaje: nuestra forma de vincularnos con el mundo y de producir conocimiento es fundamentalmente lingüística, aunque desde luego no es la única forma de interacción ni una vía exclusiva o separada de otros vínculos con el mundo. Lejos de las pretensiones estructuralistas y de los supuestos de positivismo lógico, muchas perspectivas contemporáneas están privilegiando la pregunta por la producción de sentido desde una concepción multidimensional de la experiencia humana del mundo. Por ese motivo he considerado que resultará sumamente productivo acercarnos a la problemática de los vínculos considerando simultáneamente tanto la dimensión lingüística del problema como la dimensión interactiva más general. En esta búsqueda las paradojas lejos de presentarse como ofuscaciones del pensamiento nos darán un horizonte de sentido diferente: nos mostrarán los límites insalvables de la
lógica clásica y nos permitirán lanzarnos a otros mundos posibles. Lo que desde el punto de vista tradicional es una barrera infranqueable, un callejón sin salida o un círculo vicioso, habrá de convertirse en una oportunidad para ampliar el paisaje cognitivo y el campo experiencial. Tomando las sabias palabras de Heinz von Foerster, podemos utilizar las paradojas “como dispositivos creativos o círculos virtuosos ”. Seguiré el camino iniciado con los aportes de Castoriadis que cuestionan el privilegio de la lógica conjuntista identitaria, los desarrollos en lógicas borrosas, el enfoque de Morin sobre el pensamiento complejo y la dinámica organizacional, las contribuciones de Atlan, Maturana y Varela sobre la autoorganización.

Aquello que la lógica identitaria asume como principios ﷓ Identidad, No Contradicción y Tercero Excluido – establecen lo que es posible para esa forma de pensar y también definen aquello que queda excluido de su campo: todo lo que sea borroso, indeterminado, vago, confuso, fluido, múltiple, irregular, cambiante, vincular, azaroso, híbrido, ambiguo, poroso, permeable. La lógica clásica (identitaria o “conjuntista identitaria” como gusta llamarla Castoriadis) es una forma de pensar que se basa en la exclusión de la diferencia, en la afirmación del ser como absolutamente determinado, en la excomunión del tiempo y en el establecimiento de límites infranqueables. Las paradojas nos muestran los bordes inexpugnables de la lógica clásica, lo que podemos lograr con ella, y lo que está fuera de sus posibilidades. Es por ello que un pensamiento que se ha supuesto a sí mismo como absoluto y total, como universal y eterno, ha luchado por desalojar esos seres molestos de mundo del conocimiento. Por suerte el intento ha sido vano, porque su expulsión hubiera significado el aniquilamiento del pensamiento mismo: la pureza por definición es estéril.

Más allá de la inmaculada concepción:
Alcanzamos significado mediante nuestros vínculos
Connie Palmen, La amistad

Para poder abrirse a un pensamiento que haga lugar a los vínculos -entendidos en el sentido dinámico y no como relaciones prefijadas-, a la diversidad y a la transformación, es imprescindible un cambio de mirada cuyo punto crucial es el abandono de la perspectiva instaurada por la lógica clásica y la “Filosofía de la Escisión”. Es preciso “poner las paradojas en movimiento para que puedan aparecer nuevos planos de realidad, nuevos mundos posibles para explorar y enriquecernos ”.

Comenzaremos esta tarea llamando la atención sobre el hecho de que uno de los primeros frutos de la reflexión identitaria llevó al surgimiento de la forma de pensar dicotómica. La filosa lógica Parmenidea al mismo tiempo que afirmaba sólo la existencia del “ser” no pudo dejar de mencionar al “no-ser”. Aunque sólo lo nombrara para negarlo, le dio consistencia y lugar en su propio discurso. Como esto resultaba intolerable, la operación fue acompañada de otra que escindió al universo en “apariencia y realidad” iniciando un proceso infinito de producción de divisiones binarias. Episteme y doxa, unidad y multiplicidad, cambio y estabilidad, continuo y discontinuo, finito e infinito, sensible e inteligible, forma y materia, acto y potencia, cuerpo y mente, sujeto y objeto, son algunas de las dicotomías que han brotado a partir de la simiente que plantó Parménides y que sus discípulos hicieron germinar en los campos del pensamiento Occidental dando lugar la tradición que denominamos “Filosofía de la Escisión”.

Sólo podremos salir del jardín de las bifurcaciones dicotómicas si somos capaces de atravesar la compuerta de la paradoja que originó este paisaje: la de afirmación parmenidea del “ser” como único e indivisible, es decir, no escindido. Esta unidad original sin fisuras (en griego átomo, es decir, indivisible) es la condición de posibilidad de la infinidad de bifurcaciones, rupturas y desgarramientos que ha caracterizado a la filosofía occidental. Si en lugar de partir de una entidad concebida como unidad pura, indivisible e impenetrable, ladrillo básico de una única realidad (concebida como LA REALIDAD), iniciamos nuestro camino desde una no-dualidad fundante podremos construir una perspectiva que en lugar de eludir las paradojas achatando el espacio del pensamiento nos permita hacernos cargo del desafío que nos plantean y dándonos la oportunidad de salir del círculo vicioso de las oposiciones
dicotómicas creando un círculo virtuoso merced a una dinámica creativa.

Desde la perspectiva del pensamiento identitario toda entidad es eterna, está
absolutamente determinada y puede ser definida unívocamente. Esto es válido tanto para los elementos físicos, como para las palabras o los conceptos. El pensamiento no dualista, en cambio, está fuertemente enraizado en el tiempo entendido como creación, como producción de diferencias, como transformación, como devenir. De esta manera subvertimos radicalmente nuestra forma usual de pensar y de hablar basada en un lenguaje y pensamiento de “objetos” (sustantivos) dotados de existencia propia e independiente, para pasar a un juego lingüístico centrado en la acción, en los verbos, es decir regido por una perspectiva dinámica de transformación e intercambio. Si llevamos estas nociones al campo de las relaciones humanas podemos decir que el “sujeto” no “es” sino que “adviene” y “deviene” en y por los intercambios sociales en los que participa y en cuyo ambiente está embebido. Esto nos lleva a una concepción
completamente distinta a la Moderna respecto del hombre. Es más, si somos consecuentes implica la necesidad de dejar atrás el “Sujeto” y comenzar a pensar en términos de producción de subjetividad en una dinámica vincular , ya que no nacemos “sujetos” llegamos a serlo a partir de juegos sociales específicos.

Desde esta mirada la sociedad tampoco es una colección de sujetos-individuos, ni la realización de una estructura preestablecida, sino un producto particular de la interacción sostenida de seres humanos que genera configuraciones relacionales dotadas de una estabilidad relativa y que varían en el tiempo dando lugar a una historia que no está prefigurada ni tiene un destino marcado. La sociedad emerge en un momento dado por un proceso de auto-organización y en el mismo proceso se gesta el sujeto. No hay sujeto previo ni independiente de la sociedad, no hay sociedad anterior a la interacción. Toda emergencia es siempre una co-emergencia: no hay dicotomía sino no-dualidad. No todo colectivo o conjunto humano es una sociedad, sólo tiene sentido hablar de sociedad cuando se ha dado un cierta configuración, se han establecido lazos dotados de una cierta consistencia y estabilidad, se ha generado un modo común de producción de sentido, dentro de una dinámica que tiende a generar una distinción entre un adentro y un afuera que se mantiene en y a partir de las interacciones. Es por
eso que es posible considerar que las sociedades surgen por un proceso de autoorganización: no hay líneas causales, no hay fuerza externas que gobiernen el proceso, sino una dinámica que genera una configuración nueva. Sólo cuando emerge la sociedad como sistema autoorganizado tiene sentido hablar de “partes” o “elementos” –en este caso sujetos-.

Si prestamos atención a la narración anterior podemos ver un peculiar devenir temporal en forma de bucle: la sociedad crea los sujetos que crean a la sociedad que los hace ser tales. Esta dinámica es característica de todos los procesos de auto-organización. Al nacer una organización se generan bordes y límites, se establecen diferencias entre un adentro y un afuera, se diferencia lo propio de lo ajeno. Pero es por y a través de la dinámica que las cosas existen como tales: los límites no son absolutos, las propiedades no son esenciales, los destinos no son eternos: los sistemas autoorganizados nacen y viven en los intercambios, no existen antes o independientemente de los movimientos que les dan origen.

Entender la dinámica de la autoorganización implica dar cuenta de lo que Francisco Varela llamó “Circularidades creativas”, es decir, del hecho de que pensar los orígenes es adentrarse en el terreno de las paradojas y dejar atrás el territorio conocido. Los mapas conceptuales de la filosofía de la escisión ya no resultan útiles. Necesitamos nuevas cartografías, y sobre todo nuevas formas de cartografiar: debemos buscar otros instrumentos conceptuales y crear nuevas herramientas que nos permitan movernos sobre terrenos en movimiento.

Cartografiando territorios fluidos:

“Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos, y también las almas se evaporan en las aguas”
Heráclito

Para comprender la dinámica vincular autoorganizadora es preciso repensar el concepto de límite que había sido establecido por el pensamiento heredado según oposiciones insalvables entre términos completamente puros en sí mismos y radicalmente independientes: lo propio y lo ajeno, el Yo y el Otro, adentro y afuera. Desde la mirada dicotómica el límite separa drásticamente un exterior y un interior, no hay comunicación entre una entidad y el medio que la circunda. A estos límites insalvables he de llamarlos “límites﷓limitantes” y son los únicos que legítimamente pueden entrar en los mapas cognitivos forjados por la perspectiva identitaria. Sin embargo, sabemos bien que no son la única clase de límites que somos capaces de concebir y vivenciar: las fronteras entre países son transitables, la membrana celular es permeable, la piel es porosa, el lenguaje no es unívoco. En todos estos casos el adentro y el afuera se definen y se sostienen a partir de una dinámica de intercambios. Ya no estamos hablando de barreras insuperables, sino de la conformación de una “unidad heterogénea” como una célula, un organismo, un imaginario social, que es siempre una “organización compleja”, producida en una dinámica, que va formando límites que llamaré “límites fundantes”. Estos límites no son fijos, ni rígidos, no pertenecen al universo de lo claro y distinto: son interfaces mediadoras, sistemas de
intercambio y en intercambio, se caracterizan por una permeabilidad diferencial que establece una alta interconexión entre un adentro y un afuera que surge y se mantiene -o transforma- en la dinámica vincular.

La unidad compleja que nace en y por la dinámica de interacciones no es una unidad en el sentido admitido por el pensamiento identitario que sólo acepta la homogeneidad, sino que se caracteriza justamente por su heterogeneidad, por su carácter híbrido, no-dual, paradójico. Éstas unidades u organizaciones complejas, como hemos mencionado, surgen en la dinámica de relaciones y su organización se mantiene y evoluciona “a través de múltiples ligaduras con el medio, del que se nutren y al que modifican, caracterizándose por poseer una autonomía relativa.” . De esta manera lo propio no está escindido de lo ajeno, por el contrario están en mutua relación en múltiples dimensiones: no hay independencia absoluta, no hay escisión radical sino autoorganización de sistemas complejos en sus ambientes con y en los que coevolucionan. La unidad compleja logra su autonomía en la multiplicidad de los vínculos. Estamos ya muy lejos de pensar en una independencia o autarquía, la autonomía refiere sólo a la emergencia de una organización diferenciada que no puede explicarse a partir de las leyes de otro nivel pero tampoco prescindiendo de ellas.

Como podemos ver, esta forma de pensar destaca la dinámica vincular como la fuente de donde manan tanto los elementos como las relaciones de una unidad compleja que emerge en la propia dinámica. Ni los elementos, ni las relaciones, ni la unidad existen antes o independientemente de la dinámica que los ha parido. No hay un “a-priori”, un “modelo ideal” un “arquetipo” o una “estructura”. Lo que encontramos son configuraciones vinculares, que por cierto no son tampoco tales por si mismas, ni para sí mismas, ni en si mismas, sino que se forman a partir de nuestra interacción, de nuestra forma de relacionarnos con el mundo y de producir de sentido.

Pensamos esas configuraciones a partir de nuestras vivencias expresadas en el lenguaje y es por ello que para comprender a fondo esta dinámica de producción de conocimiento debemos ligar las concepciones lingüísticas y los modos de producción de sentido humano de una manera multidimensional que nos permita “desachatar” el mundo plano de las dicotomías. El pensamiento complejo constituye no solo una nueva forma de abordaje, sino que nos brinda ante todo una forma diferente de interrogación. Los desafíos de la contemporaneidad más que dar nuevas respuestas nos platean más bien el reto de generar un campo problemático diferente.

Al partir de una afirmación de una perspectiva no-dualista, enraizada en una concepción dinámica, se hace imprescindible re-pensar el Sujeto para poder verlo a la vez como producto y productor de socialidad, como nodo de un campo rico de interacciones, como agente de cambio y campo de afectaciones de las transformaciones en las que co-labora y co-evoluciona. Es más, si somos consecuentes con esta perspectiva debemos buscar otras formas lingüísticas; y por lo tanto otros juegos lingüísticos - para “traer al mundo” estas nuevas perspectivas. Necesitamos pensar más bien en una producción de subjetividad enraizada en la historia y el cuerpo, atravesada por la sociedad y el medioambiente cultural y natural. Un “Sujeto”, entendido como algún tipo de “Estructura psíquica” definida a-priori no tiene cabida en el pensamiento complejo más que como una noción achatada, rigidificada y empobrecida debido al sometimiento a un esquema teórico. Si los seres humanos estamos en la historia entonces no podemos inscribirnos en un sistema de leyes eternas, sino que debemos emprender una búsqueda de sentido abierta tanto a nuestro devenir como
al de las configuraciones vinculares en las que estamos embebidos, que nos conforman y a las que damos forma.

Debemos para ello salir del “carozo identitario” que encapsula al sujeto en una forma prefijada y única, se llame Edipo, Estructura Psíquica, o de cualquier otra manera. El hecho de negar la existencia de una única historia o de una estructura invariante no nos condena al abismo del sinsentido. Muy por el contrario, nos da la oportunidad de dar cuenta de una vivencia mucho más rica y multifacética, de construir experiencia a partir de una diversidad de enfoques y puntos de vista. Abandonar el “esquema formal heredado” no implica dejar de pensar las formas, sino que nos reta justamente a ello, en la medida en que pensar es “cambiar de ideas ”. No se trata de abonar la idea de una subjetividad amorfa, sino de salir del chaleco de fuerza de una subjetividad congelada y achatada. Pensar en términos de una dinámica vincular nos posibilita el darnos cuenta que devenimos sujetos entramados en múltiples configuraciones que tienen
una estabilidad relativa y es a partir de ellas que tiene sentido pensar el espacio de posibilidades de transformación, que ya no será abstracto sino que estará ligado a la historia particular de interacciones. Es más, no devenimos sujetos de una vez y para siempre sino que estaremos deviniendo mientras estemos abiertos a los intercambios. Los seres humanos no vivimos en el espacio de los mitos clásicos, ni en las coordenadas de los esquemas estructurales, sino en tribus, en un grupo social determinado, instituciones sociales, en un contexto específico, en un momento histórico atravesado por imaginarios que le son propios y respecto de los cuales habrá de darse el espacio de posibilidad para la producción de subjetividad. Es fundamental darse cuenta que desde una perspectiva vincular la dicotomía sujeto-objeto se disuelve para dar paso a un bucle de co-producción de subjetividad y mundos humanos: no sólo no entramos en un mismo río dos veces, como bien lo dijo Heráclito: también las almas se
disuelven en las aguas. En la contemporaneidad, junto al “Mito de la Objetividad” está cayendo también el “Mito de la Subjetividad”. Aunque tanto hoy como ayer, nos cueste mucho más renunciar al segundo que al primero . Cuando salimos de este hechizo dualista, nos enfrentamos al vértigo de la complejidad, a la perplejidad que nos generan las paradojas y el largo adiestramiento en el pensamiento dicotómico nos hace creer que si el conocimiento no es total y absoluto vamos de caer en el abismo del sinsentido. Es hora entonces que aceptemos que como bien ha afirmado Barnett Pearce “no se puede cambiar de paradigma sin atravesar un terremoto”, y al mismo tiempo debemos aceptar con Kuhn que “no se deja un paradigma para saltar al abismo”. Estamos pues en una encrucijada, debemos hacer lo imposible. Y esto se logra en el propio hacer, dejando atrás como lastre el pensamiento heredado y arriesgándonos a las
dificultades de explorar una “terra incógnita”. En estos nuevos paisajes podremos ir poniéndonos en contacto con una subjetividad caleidoscópica que se produce en una red compleja de interacciones, una red multidimensional (corporal, lingüística, imaginaria, afectiva, emocional, cognitiva, estética, ética, motriz, etc.) de un ser humano con su entorno, particularmente con otras personas, en una sociedad que ha tejido una trama vincular específica. Esta emergencia no es el resultado directo de una causa, sino el producto múltiples de interacciones que constituyen su condición de posibilidad pero no la determinan linealmente. Es por ello que no podemos dar “ explicaciones exhaustivas ”, ni construir una teoría del sujeto pero sí podemos producir sentidos, crear orden, concebir itinerarios, crear nuevas figuraciones.

Adoptar una concepción dinámica, y por lo tanta emergentista significa renunciar a las ilusiones de descripción absoluta o explicación de la historia, abandonar toda ilusión de acceder a una teoría (en el sentido de modelos apriorísticos). Esto no implica en absoluto renunciar al pensamiento, sino sólo abdicar de los absolutos y emprender la tarea riesgosa, pero potente, y ética de la elucidación y la producción de sentido contextual y responsable. La emergencia no es obra de nadie en particular, nosotros somos parte de su condición de posibilidad, pero no somos agentes causales de la emergencia, porque “ nadie es responsable de una emergencia, nadie puede vanagloriarse; ésta se produce siempre en el intersticio”.

Complementando la invitación inicial de Bachelard me gustaría que la lectura de este trabajo sea un convite para pensar nuevas posibilidades de producción de sentido para los vínculos y la producción de subjetividad, construyendo un nuevo paisaje conceptual en que el misterio no desaparezca bajo el peso de las respuestas.


Bibliografía citada

Citado por Dupuy,J.P. en “En torno a la autodeconstrucción de las
convenciones” en “El Ojo del Observador” Watzlawick, P. Y Krieg, P. (comp.),
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Fuentes:

http://www.elistas.net/lista/seminarioresidencial/ficheros/1
http://www.fundared.org.ar
Seminario Residencial de Fundared - Marzo 2001
http://redesdeluz.blogspot.com/

1 comentario:

Juana Aliberti Martinez dijo...

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